XIV

Una arma no es especialmente peligrosa porque pueda causar la muerte, sino porque el tirador corre un peligro casi despreciable mientras que el objetivo, el blanco del disparo, esta abocado a morir o a sufrir heridas graves de una forma inexorable y demasiado fácil, sin que que pueda ponerle remedio. Esta relación mortal y asimétrica es fruto de la eficacia del mecanismo, del encadenamiento calculado y óptimo de múltiples componentes y piezas que producen una herramienta peculiar sin error posible, salvo defecto de fábrica o mal uso. El arma es el objeto de la razón por excelencia, el modelo de una acción directa sobre el mundo a distancia, a partir de una posición abstracta, a cubierto, que tiene efectos demoledores sobre lo concreto, incluida la muerte. La máxima aspiración racional alcanza así su sueño de emular a dios y decidir sobre la vida y la muerte de sus súbditos. Es la herramienta perfecta, el útil ideal; la utilidad no es un concepto práctico y neutro, tiene su origen en la producción del armamento que acompaña la historia del hombre. No existe otro utensilio en el que la preocupación por la eficacia y seguridad del funcionamiento, de carácter paranoico evidente, alcance niveles tan elevados. La utilidad se funda en la carrera de armamentos; lo útil es a todas luces un concepto criminal. Ser útil equivale a ser (un) arma viviente. La consigna de la eficacia y la productividad incitan a coger las armas, a armarse, a llevar un arma encima, tanto en lo metafórico como en lo real. La infalibilidad absoluta es el designio del orden político, que más allá del peligro de muerte, se construye sobre el riesgo constante de una performance perfecta e ineludible. Los aviones no tripulados reinan sobre los desiertos y las tierras áridas en busca de sus objetivos.