XX

El acontecimiento es (el) secreto, naturaleza múltiple, nunca es todo lo que puede ser, siempre conserva una zona inalcanzable y oculta. Como auténtica multiplicación al infinito, es un despliegue con pliegue, una proliferación de multiplicidades, de pliegues potenciales; el avance significa un retroceso, en el baile del mundo, sólo se enseña una parte cuando se esconde otra. Muy diferente es el ser de la aplicación; el punto de partida es que el pliegue no existe, que no debe existir, todo debe estar a la vista, sin ocultar nada. Los secretos deben abolirse, ser objeto de persecución y eliminación. La movilizaciòn de medios que efectúa, el aplicarse con tesón para este fin, implica la producción de un despliegue sin pliegue, vacío, repetición desnuda de un automatismo que ha perdido el encanto, evento sin poder de fascinación. El envoltorio no guarda ninguna sorpresa. Era de esperar. El siguiente será igual.

XIX

Un automatismo programable aborta la línea temporal antes de que dé inicio. No sólo es una forma de matar el tiempo, sino que elimina a priori la posibilidad de la temporalidad, la sustituye por un proceso de datos abstracto. El horizonte de los acontecimientos, difuso, imprevisible, irrepetible e inaccesible, es todo lo contrario a un automatismo, es el tiempo en libertad, en estado puro, no sabe de aplicaciones y desconoce las tareas, los trabajos a ejecutar. Es un destino inejecutable e improgramable. Cuando la aplicación es lo único que pasa, nada pasa en realidad, todo se detiene, el panorama aparece vacío de acontecimientos, el tiempo se acumula, como un desecho, sin generar instantes privilegiados. Proceso desustanciado como identidad absoluta del What´s up con el WhatsApp. La máquina toma el control. El precio que hay que pagar por la accesibilidad y la previsibilidad de la aplicación, del trabajo programado, la diversión asistida, es la desaparición del tiempo estelar, fulminante, la pérdida del éxtasis como salida de uno mismo y la condena a un automatismo que renueva la identidad, y sella las entradas y las salidas, con una identidad mecánica añadida. El júbilo deja lugar a una apatía ocupada, frenética; el entretenimiento sustituye al tiempo de la vida, al devenir del mundo.

XVIII

La masa crítica del estado, en su fase digital, supone un estado de crisis continua, la multiplicación de gráficas de alzas y bajas, recuperaciones y pérdidas, una avalancha de información sin precedentes, un despliegue indiscriminado de aplicaciones y actualizaciones que se ejecutan de forma automática. El modelo de la nueva democracia es un gobierno que no ha sido elegido en las urnas, un desgobierno permanente y sistemático; una vez instalado, después de la descarga, como cualquier otra aplicación, prescinde en buena parte de la voluntad del usuario y ejecuta la tarea para la que se ha programado. Es un gobierno multiplataforma, apátrida y virtual, que no tiene otra realidad que la información depositada en los servidores; aunque es muy fácil de obtener, el acceso a este poder es libre, su puesta en marcha no tiene término medio, es excluyente. Si no está instalada la aplicación, el usuario queda fuera de la mensajería instantánea, de la red de conexiones políticas, enlaces intertextuales que le permiten formar parte de un núcleo social; si funciona, está expuesto a la localización y envío de órdenes en cualquier momento y a cualquier hora del día, sin poder hacer nada para remediarlo. El programa de gobierno recoge información de todos los contactos y de la red de datos del individuo, convertido en poco más que un dispositivo móvil orgánico, por iniciativa propia y según consignas variables. Sabe lo que tiene qué hacer, para qué ha sido creado, y se aplica con determinación a ello. Lo que pasa en la vida, la agenda de ejecución del gobierno (What´s up) se decide en (la) red (WhatsApp); el quehacer diario, el pasar del mundo y de la política, los acontecimientos múltiples, se transforman en aplicaciones, trabajos multitareas automáticos que nadie reconoce haber encargado ni ordenado. No son cosa suya. El aviso es instantáneo para todos los contactos, los puntos nodales de la información, cada una de las células de identidad digital; se felicitan unos a otros de tener la misma aplicación instalada, de haber perdido el control de su propia vida, servidumbre no refrendada. El control está fuera de control.

XVII

El deseo de aprender, la potencia de ser otra cosa que uno mismo, la vida como aprendizaje, impulso incontenible de llegar al límite, es una facultad que se ha convertido en el objetivo de los creadores de entretenimiento. La técnica es muy sencilla, se trata de aludir a esta facultad, de tender una especie de trampa mental, diseñar un cebo, un simulacro que capte la curiosidad, atraiga las fuerzas en continuo movimiento, las capture y las conduzca en una dirección opuesta a los intereses vitales. Antes de darse cuenta, cualquiera se encuentra sentado frente a una pantalla, que reclama atención y servidumbre, a todas horas. Este aprendizaje calculado, tutelado, da sus mejores frutos cuando opera entre las capacidades variables de cada individuo y el grado de dificultad, en una retroalimentación mutua. Los fabricantes de videojuegos lo saben muy bien, conciben los juegos de modo que estén siempre en un frágil equilibrio entre lo fácil y lo difícil, en función de habilidades que el jugador va adquiriendo. Nunca se aprende nada en verdad, tan sólo se aprende a manejar un programa donde el timing, el pensamiento y los sentidos están sujetos a un estricto control, vía única de imposible salida, que obliga a seguir adelante, a conducir, sin poder parar. La ruta está señalada de antemano; los puntos de parada y descanso están marcados. Otro tanto pasa con los productores y guionistas de series televisivas, todo empieza con crear unos patrones de reconocimiento, unos modelos de historia y personajes, una representación que será sometida a todas las variaciones posibles, a la vez para mantener la audiencia y mientras esta sea fiel al patrón. Es imposible discernir si el espectador ve lo que quiere o quiere simplemente lo que ve, lo que se ofrece a su retina agotada, en una cita ineludible. El deseo del individuo ha sido absorbido por la pantalla, anulado, en cuanto que SU deseo, sí, para "él", es común a un diseño genérico, vale por más de uno y vale para un "tú", que la publicidad y la imagen convocan y ostigan sin piedad. Las diferencias son aparentes; el mole sufre infinidad de vaciados, versiones de lo mismo que aspiran a ser muestras de inventiva y creatividad. ES una DIFERENCIA cautiva. No ha lugar para la improvisación, los suministros están asegurados, es necesario administrar la dosis exacta para que el cerebro deje de funcionar, se colapse a sí mismo, para mantenerlo ocupado sin ocuparse de nada, convertido en un mero reproductor de tópicos, un interpretador de órdenes audiovisuales, conductor del programa y conducido por imperativos de mando digitales. Entretenerse es una muerte lenta, cementerio bullicioso.

XVI

La técnica y las tecnologías son formas de mediación universal; desprovistas de la limitación de las palabras, libres de los conflictos de la torre de Babel de los idiomas, se erigen como lengua universal que alcanza todo el planeta. Este logos, en buena parte palabra binaria, supone la pérdida de lo inmediato, la desconexión progresiva con la realidad y una fuerza de interposición muy alejada de la neutralidad, ya que cualquier dispositivo técnico ha sido concebido, diseñado, elaborado y probado por individuos, empresas o corporaciones concretas con unos objetivos determinados. Es un artefacto abstracto con un origen muy concreto. La marca señala esta pertenencia y la propiedad del medio; la abstracción de los resultados y la huella indeleble de lo real en los inicios. El saber y el poder nunca son neutrales, edifican de forma progresiva una representaciòn del entorno y la vida. Aceptar una mediación, la intermediación, todo tipo de mediadores, es una concesión, una manera de obedecer, de obediencia a la imagen del pensamiento que otros tienen del mundo, es caer bajo el poder de un orden ajeno. Utilizar es servir, una muestra de servidumbre. La mediación siempre ocupa el centro, la zona central, por dispersa que parezca, busca centralizar el tiempo y el espacio, los campos de experiencia inmediatos; la única escapatoria es huir del centro, merodear por lo alrededores, situarse en las (in)mediaciones, en la periferia, para ver con nuestros propios ojos. Ser inmediato es ser real. Es no servir para nada.